Por Rafael Yon (GT)
“Entro
en el nido amante, vuelvo al materno abrigo…”
(Poema a los Cuchumatanes de Dieguez Olaverri)
Con la intención de seguir alimentando la consciencia de mi
territorialidad, reconociéndome en su diversidad geográfica y antropológica,
decidimos con un grupo de amigos excepcionales organizar un viaje para finales
del 2015 a la región noroccidental del país, al departamento de Huehuetenango.
Un año antes había podido conocer en un par de oportunidades la alucinante
síntesis huehueteca. Esta vez nos disponíamos a reconocer con mayor atención su
profundidad, partiendo de sus partes más bajas al oeste del departamento,
región fronteriza con México, para luego ir en búsqueda de la mística sierra. Fueron
cinco días de intenso y entretenido camino, para resultar en una serie de
encuentros con nuestros sentidos físicos y existenciales. Un viaje que grabado
en la memoria de cada uno, evocará desde el momento de su irremediable final,
las imágenes conmovedoras de un paisaje natural alucinante y una intrigante
realidad humana.
Huehuetenango es un departamento ampliamente diverso, en todos los
sentidos posibles. Su territorio de 7,400 km2 ha sido testigo de una larga
tradición humana, que data desde las primeras poblaciones de
cazadores-recolectores del período Paleoindio en Guatemala, hasta la pluralidad
actual representada en sus diferentes grupos lingüísticos: los históricos Mames,
los Akatekos, los Chuj y los Q’anjob’ales del norte, los Poptíes o Jakaltekos
de Jacaltenango, los Awakatekos de Aguacatán, los Chalchitekos de Chalchitán (no
reconocidos oficialmente), los Tektitekos de Tectitán y Cuilco, e incluso
algunos K’iche’s en el sur de la región.[1]
Esta diversidad de poblaciones, con sus propias particularidades culturales y
sus evidentes carencias socioeconómicas, convergen en una diversidad de
entornos, que van desde los valles kársticos en el noroccidente, hasta los
altos paisajes serranos cuchumatenses que coronan el resto de su extensión.
En ruta por la carretera Interamericana, desde el momento en que se
entra al departamento, se percibe como la geografía y la configuración social empiezan
a variar en relación a la región occidental de Quetzaltenango y Totonicapán de
topografía más regular. Estas diferencias comienzan a percibirse, especialmente
luego de pasar por su cabecera departamental. Huehuetenango (cabecera), a 215
km de la Ciudad Capital, se presenta como resultado de un desarrollo urbano mal
organizado, con una densa concentración demográfica y una alta demanda de
servicios, lo que resulta convirtiéndolo n lugar únicamente de paso obligado. A
partir de allí, al adentrarse en el departamento en dirección a la frontera
noroccidental con México, comienza a observarse durante todo el recorrido como las
caudalosas cuencas, que cubren como venas todo el territorio, van formando una
topografía única, compuesta por picos caprichosos, quebradas y peñas
imponentes, formaciones esculturales en piedra, barrancos sin fin, abismos
boscosos, selvas transportadas por ríos azules, lagunas verdes y turquesas, bocas
de tierra, ojos de agua, manantiales de luz, corazones de roca viva.
Nuestra primera noche la pasamos en San Ildefonso Ixtahuacán, con la
excusa de visitar antiguas amistades. Un lugar ideal para caminar
tranquilamente por el parque al finalizar la tarde, cenar en uno de sus tradicionales
comedores y por la mañana, mejor si es domingo, sumergirse en la dinámica del
mercado local y disfrutar de sus más exóticas mercaderías: pescaditos secos para
el desayuno, tamalitos de frijol envueltos en hojas de maxán para acompañar,
fresco de carambola para refrescar la caminada, carne de coyote, la favorita de
las curanderas para las enfermedades raras y panal de abeja en bolsa para
endulzar la partida.
Al día siguiente, nos encaminamos en dirección a Nentón para
encontrarnos con nuestro primer gran destino. A 35 km de la cabecera municipal
de Nentón, en dirección a la frontera de Gracias a Dios, en las proximidades de
la aldea La Trinidad, a una hora a pie desde la carretera, se abre naturalmente
en la tierra un agujero de aproximadamente 175 metros de diámetro y 150 metros
de profundidad. Un gran abismo en medio de una llanura kárstica, de forma
circular bastante simétrica, con un bosque majestuoso en el fondo y formando todas
las paredes, complejos cavernosos que únicamente pueden contemplarse desde sus
vertiginosos bordes. Pasar la noche en la orilla de tremenda formación natural
fue una experiencia excepcional, presenciamos un atardecer asombroso, para
seguir con una noche muy despejada colmada de constelaciones; para encontrarnos
finalmente en la madrugada, con una luna que en su zenit, iluminó mágicamente
la gran abertura en la tierra, realzando con mayor arrobamiento los sonidos,
zumbidos y ecos que, durante toda nuestra estadía, ascendieron desde el
interior de ese excelso palacio natural para colmarnos de emoción y de miedo.
La visita al Cimarrón, como se conoce localmente, es un paso obligado si se
visita Huehuetenango, es una maravilla única, por no decir una importante
salida de energía desde el interior de la tierra. Del bosque que invade su
fondo se dice mucho en forma de leyenda, pero poco en forma de un verdadero
reconocimiento y exploración, sin embargo hay quienes ya registraron
sistemáticamente una experiencia de descenso y mucho tienen que decir.[2]
Al día siguiente, luego de levantar el campamento, nos dispusimos a
caminar de regreso para continuar con el viaje, ahora en búsqueda de los también
conocidos: Cenotes de Candelaria. De vuelta hacia Nentón, a 20 km. de
terracería sobre el desvío hacia el Río Lagartero, en la comunidad Río Jordán, se
encuentra la entrada, no a los “cenotes”, sino como son conocidas por la gente
del lugar: las Lagunas de Candelaria. Ya encaminados, desde lo alto, nos
sorprendió la primera de las dos, la más pequeña. Desde un pequeño mirador a la
orilla del camino, cada uno contuvo el aliento, al observar el fuerte
resplandor del sol en la superficie turquesa del agua clara que llenaba el gran
ojo de agua, que muy abierto observaba el cielo sin parpadear. El verde de la
vegetación que abrazaba la laguna, el calor del medio día y las expectativas,
nos motivaron a buscar una vereda para descender a una de sus playas de piedra
y sumergirnos en su cuerpo de agua dulce.
Río Lagartero |
Allí estuvimos por más de una hora, disfrutando de las corrientes frías
y calientes que se mezclan en el fondo del agua, del fresco baño de reflejos que
la luz formaba en la arena del fondo y le daban su color a la laguna. Así, revitalizados
caminamos dos kilómetros hacia arriba para encontramos con la segunda laguna,
mucho más grande que la primera, pero no de color turquesa, sino de un azul hondo,
por la profundidad de sus aguas, en las cuales se perdían las piedras blancas
que entretenidamente tirábamos para ver cómo se perdían en búsqueda del fondo.
Allí pudimos observar como atardecía, como las luces de la tarde llenaban de
color los caudales de agua que acompañaban el camino de regreso y los valles verdes,
amarillos, ocres y rojos que se extendían frente a nosotros. Ambas lagunas nos
dejaron conmovidos, nos sentíamos limpios por fuera y por dentro luego de
habernos bañado en singulares pilas celestes, preparados para seguir
reconociéndonos en la naturaleza huehueteca, ahora en dirección hacia lo alto
de sus montañas.
Luego de un viaje de más de cinco horas, a través de un camino bastante
accidentado por la región conocida como Las Huistas, marcada por las presiones
y expresiones de la migración al norte, llegamos casi a la media noche a Todos
Santos Cuchumatán. Aquí pasaríamos la noche para ir al día siguiente al
encuentro de nuestro último destino. El pueblo mam de Todos Santos, ubicado entre
las altas mesetas de la sierra de los Cuchumatanes a más de 2500 msnm, es un
paso obligado para cualquier visitante en esta región. Un lugar bastante interesante,
de gente cálida y puertas de colores, que invitan a recorrer sus calles con el
fuerte sol de la tarde y a guardarse en el calor de las casas ante el frío
penetrante de la noche. Días antes de año nuevo, nos encontramos con un pueblo
en fiesta, en donde el ritmo de una marimba ubicada en el parque central, marcaba
el paso de hombres y mujeres, quienes como en pocos lugares en el país,
vistiendo sus trajes tradicionales con total autenticidad, se encontraban en
las calles y en las plazas. Ancianos, mujeres adultas, niños, niñas, jovencitas
con güipiles de colores, jóvenes con parches modernos bordados en sus
pantalones rojos tradicionales, todos, mostraban la viva dinámica de un pueblo
con una alta estima de su herencia cultural, pero también, con una clara
atención a las obligadas transformaciones de nuestra época.
Escena cotidiana de Todos Santos |
Vegetación en sendero “La Maceta” |
Finalmente, de Todos Santos salimos en búsqueda de la Laguna Magdalena,
nuestra última estación, no sin antes pasar al mirador Dieguez Olaverri, en el
cual, en medio de la belleza lírica de los versos que decoran su plaza y el
bullicio de quienes llegan más por sí mismos que por la vista, se logra
encontrar, dentro de las antiguas casas abandonadas en la alta meseta, el
momento preciso para abstraerse y reconocerse en el mar tempestuoso de nubes
que decoran el cielo del valle de Chiantla y Huehuetenango. Una parada que
definitivamente vale la pena. A diez minutos del mirador en dirección de
regreso a Todos Santos, se encuentra el desvío para Laguna. 16 km. son los que
nos separaban en ese momento desde la carretera hasta la impresionante reserva
natural. En ese momento, ninguno de nosotros dimensionaba lo que estábamos a
punto de enfrentar.
En camino hacia la laguna, completamente transportados del paisaje
urbano de la carretera hacia Huehuetenango, nos encontramos en un nuevo mundo,
nos encontrábamos ante la expresión perfecta de los parajes serranos, ante la
idealización de nuestras ideas cuchumatenses. Aquí parecía, a diferencia de las
regiones en las que habíamos estado, que la relación entre cultura y entorno
natural era mucho más evidente. Niños muy pequeños, con los cachetes curtidos
por el frío y por el fuerte sol del mediodía, acompañados de un par de perros,
pastoreaban rebaños de ovejas por las verdes praderas del lugar, tupidas de
formaciones rocosas y plantas gigantes de agave, algunas florecientes en el
ocaso de su vida. Pequeños conjuntos de casas, bastantes separadas unas de
otras, todas de gente reservada, algunas de adobe, otras de madera, acompañan
el camino hasta la Laguna, leves montañas y amplios valles se extienden igualmente
en los derredores, dándole un carácter único al lugar. Luego de una hora y
media aproximadamente de camino, nos encontramos con un pequeño conjunto de
casas y construcciones, en el que atentamente nos recibieron para parquear
nuestro vehículo y orientarnos hacia el interior de la laguna.
Como obra de manos intencionadas, la vereda que conduce a la laguna pasa
a través de un jardín natural impresionante, alfombrado todo con diferentes
especies de gramas suaves, coronadas por una extensa variedad de flores,
arbustos y árboles, igual escenario de niños pastores y rebaños de oveja,
chivos y corderos descansando a la orilla del camino. Así durante todo el
recorrido, un permanente paso de agua, un río que de vez en cuando encuentra
una poza en la cual descansar sus aguas claras, para luego hacerlas continuar
en pequeñas cascadas en dirección hacia la laguna. Luego de media hora de un muy
entretenido camino, nos encontramos con la entrada a la reserva. La parte final
del camino no es menos impresionante y al llegar al destino, es imposible no
conmoverse ante el paisaje formado por el paso del agua a través de altas
caídas, canales, pilas y depósitos de agua que se forman alrededor de la perla
principal, la bella laguna verde-azul, la cual, al borde de las formaciones
rocosas que se abren entre los riscos, se convierte en una piscina natural sin
fin, de orillas pantanosas y de un fondo verde fluorescente, efecto de las
algas que invaden su cuerpo de agua.
Sendero hacia la Laguna Magdalena |
El magnífico lugar nos recibió al caer la tarde, pudiendo presenciar
como la niebla se apoderaba de todos los rincones del bosque, subiendo poco a
poco desde el final de la laguna, hasta el lugar donde habíamos instalado el
campamento, a la orilla de una gran cascada. La humedad del lugar y el duro
frío de la noche nos obligaron a encender una fogata que nos cobijaría durante
todo el rato hasta la madrugada. Las brillantes estrellas y la luna no pudieron
dejar de ser protagonistas del espectáculo nocturno y nosotros con dificultad
nos fuimos a dormir, para dejar de ser espectadores en primera fila de tales
maravillas. El lugar es verdaderamente paradisiaco, por lo que es imposible no
recomendar su visita, ya sea para quienes quieran acampar o para quienes
quieran dormir en unas cabañas que localmente se han dispuesto para los
visitantes menos aventureros. De igual manera, el lugar es para quedarse un
buen rato y dejarse penetrar por la expresión particular de su naturaleza.
Laguna Magdalena |
Así, tanto la laguna, como todo el departamento de Huehuetenango, en
este caso representando por los lugares descritos, se convierte en una región
de destino para todo aquel y aquella que quieran ampliar los horizontes del
cuerpo y del espíritu, para todos aquellos a los que les resulte sencillo
encontrarse y reconocerse en el reflejo de la naturaleza. Mucho puede decirse
de otras experiencias en el mismo departamento, como la Laguna Yolnabaj (Brava)
en el norte, el sendero Puerta del Cielo en los Cuchumatanes, el nacimiento del
Río Lagartero, el sitio arqueológico mam de Zaculeu en el valle central, entre
tantos otros. Huehuetenango es un destino ideal para conocerse y reconocerse,
porque sin mayor esfuerzo, uno encuentra el sentido de la vida en el correr permanente
de sus claras aguas, en la verde vida de los árboles imponentes que nacen de la
profundidad de sus ríos azules, en el frío de sus piedras vivas, en el rojo de
la flor del agave, en la fuerza de sus vientos serranos y sobre todo, en el
calor de su gente antigua.